Ingeniería democrática

La inseguridad es, a veces, un antídoto para el optimismo. Sé de lo que hablo. Derrochamos energía en cada duda, relativizamos el elogio y magnificamos la crítica que, en más ocasiones de las deseadas, huye de cualquier valor constructivo y se regodea en el menosprecio. Es difícil ser optimista cuando llegas a desconfiar de tu capacidad. Traslado mi cavilación a esa ‘mayoría silenciosa’ secuestrada por el discurso del Gobierno. Me temo que para unos líderes que basan su política en menospreciar y humillar al que no comulga con sus medidas, objetivamente impopulares, es preferible gobernar a una sociedad pesimista que a una optimista. El pesimismo nos ralentiza, nos aplaca; la tristeza nunca fue veloz y mucho menos resolutiva. Empiezo a creer que el pesimismo que destila nuestro alegato de pueblo desencantado, el escudo del ‘todos son iguales’, los titulares de los medios de comunicación, acaban siendo la mejor estrategia para someter a nuestras endorfinas.

No quiero decir que haya que darle la espalda a la realidad de una sociedad acorralada por un grupo de poderosos. Lo que creo que debemos comprender es que nuestro optimismo también es poder. El optimismo se contagia y eso sentí a comienzo de semana cuando el equipo de Change.org España, la mayor plataforma de activismo online del mundo, me invitó a compartir con ellos un café. Visité sus oficinas, en la Gran Vía madrileña, y nos conocimos un poco mejor. Conocí a siete personas, lideradas por Francisco Polo, absolutamente convencidas de que se pueden cambiar las cosas desde abajo y dispuestas a articular los mecanismos necesarios para consumar esas pequeñas victorias cotidianas que, a corto plazo, contribuyen a nuestro empoderamiento, a nuestra confianza, a nuestro optimismo social. Era imposible salir de esa oficina sin pensar que somos invencibles. Quizá ese subidón de entusiasmo fuera el responsable de que, en una conversación con amigos, entendiese algo que, hasta ese momento, no había sido capaz de ver.

España es un país inmaduro. Nuestro déficit real reside en los valores y en los principios que nos movilizan. Desconocemos la enorme virtud del término medio y nos polarizamos en dos corrientes de opinión como si cualquier asunto fuese tan visceral como debatir sobre el Toro de la Vega. Esa pasión, que algunos ven como una característica positiva, cuando no se educa se acaba convirtiendo en un obstáculo para el entendimiento.

Mientras conversaba con esos amigos, entre los que se encontraba el dramaturgo catalán Guillem Clua, surgió el tema de la soberanía catalana y la consulta popular. Cuando se trata ese tema aparece un patriotismo que, a estas alturas, veo totalmente infundado. Si tenemos en cuenta lo que la ‘patria’ está haciendo por nosotros, ¿por qué nosotros tenemos que darlo todo por la patria? Creo que me estoy polarizando. Es difícil escapar del influjo del imán. Voy a reconducirme. Lo que me interesó de aquella conversación es que surgiese una manera de ver ese acontecimiento social y reivindicativo del pueblo catalán como una muestra de poder popular que debería inspirarnos como sociedad. No me detuve en referéndum sí o referéndum no. Aunque ninguno de los que estábamos allí éramos partidarios de la independencia, comprendimos que lo que estaba sucediendo era una demostración de que sí podemos cambiar las cosas desde abajo.

Tengo la sensación de que en Cataluña no hay políticos manipulando a un pueblo. Hay un pueblo impidiendo que un político les manipule. Lo intentó Artur Mas llevando el discurso de la soberanía a su campaña electoral. Los ciudadanos se dieron cuenta y le arrebataron sus delirios de grandeza. Pero supieron gestionar su voto para lograr el cambio parlamentario que, finalmente, escuchase su reclamación. Mucho más dialogante en el fondo que en las formas de algunos fundamentalistas que siempre quieren sacar una ganancia del río revuelto. Ahora Mas está atado de pies y manos. No es un acuerdo fiscal lo que busca el pueblo. Busca su soberanía popular y eso también es su educación, su sanidad, sus servicios sociales, su cultura.

Un tertuliano de derechas diría que la opinión pública catalana ha secuestrado al poder. A mí, en estos tiempos, eso me parece bellísimo. Un político que no puede aceptar un intercambio de cromos con otro político, con una institución, con un poder superior, porque, en este tema, no manda él: manda el pueblo. Ojalá el resto de España supiese emplear el resultado de unas elecciones democráticas con la inteligencia y astucia que ha demostrado el pueblo catalán. Pura ingeniería democrática. Admirable.

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Un Comentario

  1. Íñigo

    Es justo lo contrarío. Lo que pasa ahora en Cataluña es el producto de 35 años de una política antiespañola dictada desde sus gobernantes. No se entiende que la Constitución española fuera votada por el 90 por ciento de aquellos catalanes (el 61 por ciento de los que tenían derecho al voto) y que casi 40 años después, cuando Cataluña ha vivido su periodo de mayor libertad cultural, idomática, educativa, sean casi el 50 por ciento los partidarios de la independencia.
    Se ha enseñado a ver a España como el enemigo a combatir, como al ladrón de su dinero, como la ogra que todo lo logra. No se ha tratado de inyectar una idea de pertenencia a un grupo, a una colectividad con un objetivo común, en la que convivir, cada uno con sus diferencias, pero sintiéndose cómodos todos unidos. Y creemé que esto no es por un espontano movimiento popular, si no por las 3 década de pujolismo inyectado en sangre en las escuelas, en la tele y en los periódicos subencionados. O

  2. Íñigo, cuando 1.600.000 personas salen a la calle a pedir algo, no es momento de mirar a otra parte y ningunear las razones por las cuales se han movilizado. Sea cual sea su motivación, hay que sentarse y escuchar lo que dicen, para tomar medidas y hacer POLÍTICA. Tu argumento de «los catalanes están manipulados» demuestra varias cosas. La primera, que no vives en Barcelona y basas tus opiniones en informaciones de la prensa de Madrid (curioso, que veas manipulación en los demás y no en las fuentes de tu información). La segunda, que no dudas un instante en caer en el maniqueísmo que Paco Tomás denuncia al principio de su artículo (es una posición comodísima, la de aposentarse en uno de los extremos del amplio y complejo espectro de posibilidades que se abren con el conflicto catalán). Y la tercera, y quizás la más importante, que comparas dos realidades, la de la (mal llamada) Transición y la de 2013 que no tienen absolutamente nada que ver. Nuestro país ha entrado en metástasis a varios niveles. El Estado de las Autonomías está muriendo. La casta política española (y catalana, cuidado) da asco. El país multicultural y plurilingüístico ha sido un rotundo fracaso, por no hablar de la economía. Sé que vende mucho fuera de Catalunya reducir el problema identitario catalán a un conflicto económico (muchos en Catalunya también lo hacen, no digo que sólo haya un culpable), pero la cosa va mucho más allá y no se va a aplacar con un nuevo sistema de financiación. El pueblo catalán, por las razones que sea, está harto. Como también lo está el pueblo madrileño, por otros motivos, pero el catalán ha tenido la suerte de encontrar una vía de canalización de esta rabia que ha beneficiado la ola soberanista. Y eso no va a caer en el olvido, porque guste o no, la gente no se va a quedar callada. Como dice Paco Tomás, yo no soy independentista. Si hubiese un referendum, seguramente votaría no. Pero si España sigue sin evolucionar, te aseguro que no sé qué votaría en unos años. Y a mi nadie me ha manipulado, no tengo el coco comido por años de educación pujolista. Simplemente tengo una idea de Estado distinta, que comparten muchos españoles, pero a los que no se les da voz, porque en este puto país, ningún gobernante escucha al pueblo cuando quiere decir las cosas claras, ya sea en cuestiones identitarias o en cualquier otro tema. Y así nos va.

  3. Cristina

    Hola Iñigo, soy catalana y te diré que creo te equivocas. Bueno, más que equivocarte, que puede que tengas una parte de razón, no comentas algo que también alimenta mucho el sentimiento nacionalista: y es el menosprecio por parte de algunos españoles (Políticos y pueblo) hacía los catalanes, hacía nuestra lengua y hacía nuestra cultura. El pueblo catalán quiere la independencia (O una parte de ellos) ¿y que hace el govierno español? Deja que el ministro Wert saque leyes y leyes contra la educación en catalán, por ejemplo. El govierno español, y los periódicos de derechas alimentan más el sentimiento independentista que toda la era Pujol. Creo que si la actitud hacía nuestro pueblo fuera otra, las cosas serían diferentes.

  4. agus

    Completamente de acuerdo con cristina, Iñigo, no sabes lo que me gustaría sentirme querido por el resto de politicos españoles, digo políticos porque jamás me sentí extranjero en castilla, (bueno mirando telemadrid y el gato al agua si) pero citando tu sentimiento «»No se ha tratado de inyectar una idea de pertenencia a un grupo, a una colectividad con un objetivo común, en la que convivir, cada uno con sus diferencias, pero sintiéndose cómodos todos unidos»» veo que ese acercamiento no se ha hecho desde el gobierno que debía ser «central» «de todos» mas bien al contrario, en 40 años de vida no he visto mas que animadversión, desprecio y limosna, han tenido tiempo mas que suficiente para acercar puentes.

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