Prudencia encadenada

Hubo un tiempo, absolutamente prescindible, en el que la prudencia servía para algo. Las personas intentaban mantener el equilibrio con el único fin de sobrevivir al cambio. Era un tiempo de opuestos, de intimidados y fanfarrones, de víctimas y verdugos, de vencidos y vencedores. Podemos creer, en un análisis para algunos frívolo y para otros exhaustivo, que ese tiempo no es pasado, que todo es cíclico y que los cadáveres, tarde o temprano, vuelven a la superficie. Aunque eso fuera así, creo que algo nos diferencia de aquel pasado. Ahora sabemos que la prudencia solo sirve para avergonzar a nuestra dignidad. Que si algo necesitamos no es precisamente prudencia porque esa supuesta virtud es mal interpretada por los fanfarrones, por los verdugos, por los vencedores, y acaban creyendo que asisten a la evidencia de la desidia, del abandono y de la falta de compromiso que siempre, según ellos, nos ha caracterizado. Vamos, que un rebaño necesita un pastor y un perro que le ladre.

Sé que ha pasado una semana desde la ceremonia de los Goya pero lo voy a decir. Creo en los profesionales que, cuando se les ataca –el 21% de IVA a la cultura es un ataque-, entre prudencia y reivindicación, eligen lo segundo. Es tremendo que un colectivo como el de los actores no pueda expresarse libremente porque los doberman del Gobierno aprovecharán la oportunidad para saltar sobre su yugular como animales adiestrados por cabezas rapadas. Cualquier otro gremio puede manifestar sus opiniones, puede organizar congresos, puede otorgar premios, y quejarse de lo que no le gusta y alabar lo que le gusta sin miedo a una caza de brujas. Eso, en el cine y el teatro, se paga con un escarnio público despreciable. No sucede con la literatura o las artes plásticas –la feria ARCO estaba llena de obra crítica contra el gobierno y el sistema y aquí nadie dijo ni mú, como es lógico-.

Los mercenarios de la opinión suelen ser grandes ignorantes y su fundamentalismo ideológico les nubla la capacidad de discernir entre verdad y mentira, entre realidad y manipulación. Primero hablan de que la gala de los Goya está pagada con dinero público, porque la retransmite TVE, y dicen eso de “con mis impuestos no tengo que soportar una ceremonia en la que se critique al Gobierno”. Creo que eran 12 euros lo que le costaba a cada español mantener RTVE. Mucha exigencia por 12 euros al año y muy poca por 22 millones de euros en Suiza. Esos doberman son los mismos a los que no les importa que, a pesar de sus impuestos, se recorte en educación, en sanidad, se obligue a pagar por la justicia, se suban los transportes públicos, no se invierta en cultura, ni en investigación, ni en empleo.

Se atreven a pedir que se deje de retransmitir la ceremonia de los Goya porque los profesionales del cine expresan su opinión en voz alta. O sea, censurar. Ellos quieren una cultura sin capacidad crítica. O sea, no quieren cultura. Se equivocan, una vez más, cuando piensan que si gobierna el PSOE, la Cultura es una balsa de aceite. Recuerden la ceremonia del año de la ley Sinde. Recuerden la cara de Leire Pajín. Incluso recuerden las palabras de Candela Peña al recoger el premio este año. Aludió a tres años atrás, o sea, también habló de la España de Zapatero. Lo que no puede pretender el Gobierno de la sangrienta reforma laboral, del desmantelamiento del Estado del Bienestar, de la amnistía fiscal, del ex tesorero con cuentas en Suiza y que hace peinetas en los aeropuertos, de los desahucios mortales, de los sobres en B, de la primera huelga de jueces y fiscales de la democracia, es que este país trague con sus tropelías y se reserve su opinión hasta dentro de cuatro años. Y este país, les guste o no, también incluye a los actores.

He escuchado a un opinador a sueldo apuntar que sería inconcebible escuchar críticas al Gobierno en una ceremonia de los Oscars. Como se nota que no han visto ni una. Les recomendaría el discurso de agradecimiento de Vanessa Redgrave, en el 77, absolutamente pro Palestina y contra la política norteamericana pro Israel. O los ataques de Susan Sarandon, en el 93, contra la base de Guantánamo. O los de Jessica Lange contra George W. Bush.

Y luego sale Montoro y enciende más el fuego dando a entender que la economía va fatal porque los actores tributan fuera de España. No nos merecemos el Gobierno que tenemos. Quizá se lo merezcan más de 10 millones de españoles pero no los casi 40 restantes.

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