La culpa de todo la tiene Zuckerberg

Y Larry Page, el creador de Google. Ese también. Ellos dos, al frente de los modelos de negocio de sus empresas (Facebook y Google), han convertido nuestro presente en un lugar inseguro donde la prudencia está penalizada. El siglo XXI es el suelo resbaladizo sobre el que una señal amarilla nos indica que cruzar corriendo es lo más recomendable.

Ahora utilizamos términos como posverdad, fake news, hechos alternativos,… todos ellos son refinamientos de la clásica mentira. Sócrates estaba convencido de que el ser humano era capaz de conocer la verdad, de superar la opinión, elevándose al conocimiento de lo universal. Eso era hace más de 2.500 años. Hay todo un pensamiento filosófico que se ha quedado obsoleto.

Hoy la mentira subsiste por encima de la verdad porque la verdad necesita demostrar que lo es para que creamos en ella. Y es una. Nos guste o no. La mentira es más poderosa porque se adapta a nosotros, no nos contradice. Vivimos tiempos en los que la gente miente sin saber que lo está haciendo, lo que anula el más mínimo sentimiento de responsabilidad frente a la mentira. La verdad deja de ser relevante frente a las emociones que nos ha provocado la falsedad. Así creamos opinión pública.

Palabras como ‘equidistancia’, que tanto tuvimos que soportar durante el enfrentamiento Gobierno-Generalitat, son fruto de un sacrificio intelectual que rechaza la objetividad, por principios, porque es mucho más importante que lo que se defienda, aunque no sea verdad, se ajuste al sistema de creencias que nos apuntalan y nos hacen sentir bien con nosotros mismos y con nuestros iguales. Y en ese ocaso, Facebook y Google tienen una responsabilidad.

Sería imposible entender el triunfo de Trump, del Brexit o el apoyo en las urnas al partido más corrupto de la historia de la democracia española sin la influencia de los buscadores de Internet y las redes sociales. Desde hace casi diez años, las ‘búsquedas personalizadas’ de Google o los protocolos de Facebook han creado una oscura cultura de la comodidad. La información directamente en tu pantalla, no tienes que buscarla, todo a golpe de link y de click. La ley del mínimo esfuerzo. Solo en Estados Unidos, el 36 por ciento de los menores de treinta años se informan a través de las redes sociales. Facebook, la mayor fuente de noticias del planeta. De eso alardeaba Zuckerberg.

Y el algoritmo se encarga de que solo te llegue esa información que, según cuentan tus likes, es la que más te interesa. Desaparece el pensamiento crítico. ¿Te gusta la Nocilla? Pues toma Nocilla hasta que revientes. Ese fenómeno irrumpe en plena crisis de los medios tradicionales que, en lugar de reinventarse en un nuevo canal de información, sucumben al protocolo Facebook y adaptan sus contenidos a la manera que impuso Zuckerberg y que tan buenos resultados daba en ingresos publicitarios. Ahí comienza la decadencia de los medios. Cuando ellos mismos aparcan el rigor, la objetividad, la profesionalidad, a cambio de millones de clicks y de que su información sea viral. Sea o no cierta. No es que las mentiras sean una novedad. Es que ahora acceden con más facilidad a la masa, son más potentes y se regeneran a una velocidad incontrolable con el único objetivo de disuadir a aquel que desee contrastarla.

Ya no comparto nada. No me atrevo. Lo hice cuando creí que la policía le había roto los cinco dedos a la joven que quería votar el 1-O. Era mentira. Lo hice cuando vi a un niño estadounidense llorar porque sus compañeros le acosaban en el colegio. Era mentira. Lo hice cuando leí que la Manchester Art Gallery retiraba su cuadro Hilas y las ninfas, de John William Waterhouse, porque era inadecuado al público moderno. Y era mentira. No tengo tiempo material para contrastar cada noticia que me llega y he optado por no retuitear. Y lo dramático es que muchas de esas noticias falsas aparecían bajo una cabecera que ayer fue sinónimo de credibilidad. Actualmente hay más basura en los medios de comunicación tradicionales que en una década del Telecinco más casposo. Las consecuencias de intentar sobrevivir inmolándose.

Tal vez esto sirva para que los medios tradicionales, sin renunciar a las nuevas tecnologías, vuelvan a apostar por la profesionalidad, la seriedad y el análisis. Hay trabajo porque, en una década, hemos pasado a ser una generación que ha renunciado a la objetividad en nombre de las creencias. Ahora Zuckerberg le ha visto las orejas al lobo. Está perdiendo a sus usuarios y ante las críticas que le señalan ha contestado que quiere formar a los usuarios para que sean más críticos con lo que leen. Ahora. Manda cojones.

MarkZuckerberg

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