Hubo un tiempo en el que la calidad y trascendencia de una creación se valoraba con una equilibrada combinación de criterios objetivos y subjetivos. En los primeros se apreciaba la idea, el método, el estilo, el saber del creador; factores que actuaban sobre el resultado. En los segundos, era el conocimiento, la experiencia, la intuición de aquel que valoraba lo que impulsaba al creador. Sería algo similar a lo que podía sentir un mecenas cuando descubría talento en un artista.
Me preocupa pensar que un joven autor, hoy, tiene que someter su creación a algo tan aleatorio y abstracto como su red de amigos en Facebook, Twitter o Instagram, a la cantidad de ‘likes’ que pudiese sumar a su propuesta, a lo mucho que ‘se mueva’ su idea por la red. Ahora no basta con tener talento, escribir bien, tener un estilo innovador pintando o ser una gran actriz. Ahora, además, tienes que acumular muchos ‘likes’.
Son tiempos ingratos para el arte pero en ocasiones esa ingratitud se camufla en supuestos valores progresistas como la participación. En este país, en el que pasamos de ignorar al pueblo a pretender consultarle cada pequeña decisión, el término medio y el sentido común se están convirtiendo en un lujo al alcance de unos pocos. Una sociedad no es más libre, ni más justa, ni más instruida porque se le otorgue poder de decisión y valoración a un puto ‘like’. Y observo, con cierto pavor, cómo la última audacia de las cadenas de televisión es delegar su responsabilidad en el voto de una entelequia llamada espectador. Veo como una televisión pública como IB3 cae en esa trampa (no es la primera en hacerlo) y convierte su compromiso con una televisión de calidad en un reality en el que la audiencia decide qué serie de ficción debe producir la cadena.
Eso, que para las televisiones supone una implicación de la audiencia en la programación, es un espectáculo de magia al que se le ve el truco. Porque el índice de participación ciudadana en este tipo de propuestas es mucho menor y mucho menos representativo que el de los propios índices de audiencia. Puede ser orientativo pero nunca determinante. Y eso nos importa poco cuando la implicación se limita a decidir quién sale de la casa de Gran Hermano. Pero deberíamos tenerlo en cuenta cuando va a servir para producir una serie de televisión con dinero público. Ya puestos, prefiero la fórmula danesa, donde la inquietud de un directivo de la televisión pública saca adelante series como Borgen, Forbrydelsen o The Legacy antes que delegar esa decisión en un voto popular que, en el caso español y si nos fiamos de los datos, nos llenaría la programación de formatos tipo La que se avecina. Y no confundan eso con una visión elitista de la cultura y el entretenimiento porque sería falso. Tiene que ver con la responsabilidad.
La estrategia es perversa cuando se lava las manos ante una decisión, que va en su sueldo, cargando la responsabilidad en un voto ciudadano que no tiene ni la obligación ni la cualificación precisa para asumirla. ¿Y si la serie elegida es un fracaso de crítica y audiencia? ¿La cadena admitirá su responsabilidad o dirá eso de que “la audiencia ha decidido”, como hace Telecinco para dotar de trascendencia los votos de un reality?
Pero les confieso que hay algo en esta tendencia que aún me ofende más. Cuando ese ‘like’ contamina la toma de decisiones y el criterio de valoración, en lo público y en lo privado, ya sea invitando a los ciudadanos a elegir al artista que quieren ver en directo en la revetla de Sant Sebastiá o determinando la realización o no de un proyecto, se está humillando a los creadores. Me duele ver como artistas, realizadores, autores, tienen que mendigar hasta el hastío un ‘like’, un ‘retweet’, para poder demostrar su valía. Es mucho más degradante que el juicio de un directivo porque convierte el rechazo en un ejercicio de transparencia que, en realidad, es un entretenimiento público. Yo he sentido ese malestar cuando enlazo a las redes sociales artículos, teasers, podcast y veo como apenas reciben ‘likes’ o jamás se difunden. Y no depende de eso mi remuneración. Ya están cobrados. Solo pretendo que si gustan, si interesan, se compartan porque sé que eso es lo que hoy valoran las empresas. No si son divertidos, ingeniosos, interesantes. Lo que les importa es su presencia en redes. Imagínense lo que se puede llegar a sentir cuando tu salario, tu trabajo, tu trayectoria, tu talento, puede cuestionarse por un simple ‘like’. Es muy humillante.
La libertad también es una responsabilidad. Lo decía Eleanor Roosevelt. Y trasladar el protocolo de una red social a la política o a la toma de decisiones de una empresa privada o pública me parece una irresponsabilidad que, en el fondo, pone en tela de juicio nuestro propio concepto de la libertad.