Siete horas sin tele


Sucedió el otro día, como siempre ocurre con los cataclismos emocionales que irrumpen en lo cotidiano, que uno no es capaz de recordar cuándo comenzó todo exactamente. Ese día, el destino jugó sus cartas y el as que guardaba en la manga sentenciaría la partida. Alejandro y Julia llevaban juntos un tiempo que a los amigos se nos antojaba largo, porque simplemente habíamos perdido la referencia del punto de partida y, tal vez, tampoco fuese tanto. Era lo que se conoce como ‘una relación estable’. O lo que es lo mismo, algo que se mantiene sin peligro de cambiar. Hasta ese día en el que un supuesto rayo –porque Endesa siempre encuentra razones para dejar sin suministro- les arrebató la electricidad durante siete horas. “Siete horas sin televisión”, pensó Julia mientras Alejandro salía al rellano para comprobar si el apagón era de ellos o de todo el edificio. Julia intentó comunicarse por teléfono con algún familiar o amigo, pero tampoco tenía línea y el móvil lanzaba una grabación que avisaba de la sobrecarga en la red. Respiró profundamente, miró como Alejandro se sentaba en su parte del sofá, con la mirada algo confusa por los acontecimientos, y lamentó no haberse educado más en el solitario placer de la lectura. “¿Qué hacer cuando Endesa te deja siete horas sin televisión?”, se preguntaba Alejandro. “Y más ahora, que todo el mundo sabe que con la crisis ha aumentado el consumo de tele”, añadió, a modo de justificación. No recuerdan cuanto tiempo permanecieron en silencio hasta que ambos se dieron cuenta de que lo único que podían hacer era hablar el uno con el otro. Hablar el uno del otro. Sus conversaciones siempre habían estado condicionadas por hechos ajenos, por una noticia del Telediario, por un reallity o por el argumento de una serie. Pero la tele no funcionaba y de algo tendrían que hablar. El apagón les sirvió de tema durante la primera media hora. Luego, a medida que se iba apagando el día, Julia confesó que le daba miedo la oscuridad. Y descubrió que a Alejandro también. Y Alejandro contó lo mucho que le gustaba el olor que dejaba Julia en el baño después de ducharse. Y ella le dijo que echaba de menos conciliar el sueño recostada en su pecho. “¿Y por qué no lo sigues haciendo?”, preguntó Alejandro. “Porque pensé que no te gustaba”, contestó Julia. Ellos cuentan que ese día se volvieron a enamorar. A mí lo que me jode es que encima tengamos que agradecérselo a Endesa, que sólo funciona bien cuando hay que subir el recibo. A veces soy tan pragmático que me doy repelús.

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